J. M. Ferreira Cunquero
Las siete campanadas que en San Martín recordaban a los países que
componen la Custodia de Tierra Santa fueron siete gritos contra la
injusticia que sufre el pueblo de Cristo en aquella convulsa zona del
cercano oriente.
Siria sigue atragantando como un cuero forrado de lija la voz de los inocentes. Los cristianos de Irak, después de haber vivido durante veinte siglos como herederos de los Padres de la Iglesia, han desaparecido de aquella tierra marcada desde siempre por las huellas de la cruz salvadora.
Por esta razón, la Hermandad Franciscana mostró en la calle un silencio inconfundible y profundo, acorde con la oración íntima, que abordaba las entretelas del corazón cofrade, para vivir lo que en las raíces fundacionales cimenta la existencia de la propia hermandad. Y junto al medio centenar de penitentes, cerca de mil mujeres de clausura franciscana, desde todas las partes de España, unían su oración por la paz en un único y esperanzador aliento.
En el alma fraternal de la noche enventorrada, Fernando Mayoral, emocionado, hincaba como una saeta de hermosura trazada sobre los hombros de ocho hermanos la imagen de su Cristo, de nuestro Cristo, del Cristo de cualquier cristiano que sepa reconocer en tan memorable talla la incitación de mirar hacia el calvario del interior, donde la misericordia del Cordero desprende con generoso gesto un abrazo de salvación.
Pero Tierra Santa no es ni debe ser un privilegio ni un ademán exclusivo de la franciscana salmantina. Tierra Santa es un territorio hacia el que debemos mirar todas las cofradías y todas las entidades cristianas del mundo. Lo que allí se cuece debe oler en nuestras cocinas, para no caer en la tentación hipócrita de vender humo, mientras hablamos de calvarios callejeros y escenografías de la Pasión que, consumidas al gusto, son pura hechicería si las convertimos en única referencia cristiana sobre el altar de nuestro frugal compromiso.
El Papa Francisco, como hicieron antes Juan Pablo II y Benedicto XVI, nos dice una y otra vez que los problemas de los cristianos de Tierra Santa tienen que ser los problemas de todos los cristianos del mundo. Y el Papa dice que, más allá de las oraciones tan necesarias, hemos de meter la mano en el bolsillo, porque el sostenimiento de los Santos Lugares precisa algo más que oraciones y golpes de pecho.
Por esta razón todas las cofradías deben mirar hacia Tierra Santa y sumarse a ese donativo que por Semana Santa se recoge en todas las iglesias del mundo. Nadie mejor que la Junta de Semana Santa podría recoger la participación cofrade de todas las hermandades y entregar en nombre de estas la cuestación económica reunida para tal fin.
De momento, la Hermandad Franciscana entregará la mitad de todas las cuotas recogidas en este año del Señor y, en tres años, la totalidad de todos los ingresos que se generen deben partir hacia la misión franciscana de las tierras del Señor. Ese es nuestro compromiso y así se hará.
Tierra Santa expande el grito que debe tocar nuestro corazón, hasta que sintamos la piel siriaca en lo más profundo de nuestro ser y el clamor de sus hijos pidiendo que abramos las manos cofrades. Nuestros dedos deben tocar sus rostros, haciendo posible que sientan con verdad que somos y queremos ser sus hermanos.
El Cristo de la Humildad, de la Hermandad Franciscana, en su primera procesión | Foto: José Manuel Casado Lorenzo |
04 de mayo de 2018
Siria sigue atragantando como un cuero forrado de lija la voz de los inocentes. Los cristianos de Irak, después de haber vivido durante veinte siglos como herederos de los Padres de la Iglesia, han desaparecido de aquella tierra marcada desde siempre por las huellas de la cruz salvadora.
Por esta razón, la Hermandad Franciscana mostró en la calle un silencio inconfundible y profundo, acorde con la oración íntima, que abordaba las entretelas del corazón cofrade, para vivir lo que en las raíces fundacionales cimenta la existencia de la propia hermandad. Y junto al medio centenar de penitentes, cerca de mil mujeres de clausura franciscana, desde todas las partes de España, unían su oración por la paz en un único y esperanzador aliento.
En el alma fraternal de la noche enventorrada, Fernando Mayoral, emocionado, hincaba como una saeta de hermosura trazada sobre los hombros de ocho hermanos la imagen de su Cristo, de nuestro Cristo, del Cristo de cualquier cristiano que sepa reconocer en tan memorable talla la incitación de mirar hacia el calvario del interior, donde la misericordia del Cordero desprende con generoso gesto un abrazo de salvación.
Pero Tierra Santa no es ni debe ser un privilegio ni un ademán exclusivo de la franciscana salmantina. Tierra Santa es un territorio hacia el que debemos mirar todas las cofradías y todas las entidades cristianas del mundo. Lo que allí se cuece debe oler en nuestras cocinas, para no caer en la tentación hipócrita de vender humo, mientras hablamos de calvarios callejeros y escenografías de la Pasión que, consumidas al gusto, son pura hechicería si las convertimos en única referencia cristiana sobre el altar de nuestro frugal compromiso.
El Papa Francisco, como hicieron antes Juan Pablo II y Benedicto XVI, nos dice una y otra vez que los problemas de los cristianos de Tierra Santa tienen que ser los problemas de todos los cristianos del mundo. Y el Papa dice que, más allá de las oraciones tan necesarias, hemos de meter la mano en el bolsillo, porque el sostenimiento de los Santos Lugares precisa algo más que oraciones y golpes de pecho.
Por esta razón todas las cofradías deben mirar hacia Tierra Santa y sumarse a ese donativo que por Semana Santa se recoge en todas las iglesias del mundo. Nadie mejor que la Junta de Semana Santa podría recoger la participación cofrade de todas las hermandades y entregar en nombre de estas la cuestación económica reunida para tal fin.
De momento, la Hermandad Franciscana entregará la mitad de todas las cuotas recogidas en este año del Señor y, en tres años, la totalidad de todos los ingresos que se generen deben partir hacia la misión franciscana de las tierras del Señor. Ese es nuestro compromiso y así se hará.
Tierra Santa expande el grito que debe tocar nuestro corazón, hasta que sintamos la piel siriaca en lo más profundo de nuestro ser y el clamor de sus hijos pidiendo que abramos las manos cofrades. Nuestros dedos deben tocar sus rostros, haciendo posible que sientan con verdad que somos y queremos ser sus hermanos.